domingo, 7 de diciembre de 2008

Glosa a las Analectas de Confucio (1.6)


Confucio dijo: “En el hogar, un joven debe cultivar la piedad filial; fuera de él, debe cultivar el amor fraternal con todos los demás. Su conducta ha de ser comprometida y digna de confianza. Debe irradiar amor a las multitudes sin distinción, cuidándose de mantenerse siempre apegado a la gente de carácter benevolente y moral. Si después de todas estas actividades aun conservase energía para recrearse, empleará estas para el estudio con el fin de mantenerse cultivado.

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GLOSA

Nuevamente se retoman dos elementos muy importantes en el confucianismo: la piedad filial y el amor fraternal. Confucio asigna a cada uno una esfera hegemónica: para el primero, el hogar, el ámbito de los privado; para el segundo, “la calle”, el ámbito de lo público. Vimos anteriormente (Analectas 1.2) que un hombre que cultiva la piedad filial y el amor fraternal “difícilmente estará inclinado a desafiar a sus superiores”. En esta ocasión vemos más bien el aspecto positivo de ese razonamiento. Un hombre que en su hogar cultive la piedad filial también cultivará en el hogar el amor fraternal hacia sus hermanos. Y una vez que sepa lo que es amar a sus hermanos como hermanos estará en posición de amar con verdadero amor fraternal a las personas con las que se tope a lo largo de su vida pública. Así pues, la teoría confuciana no versa sobre un ideal de mera contención, sino que también tiene un aspecto propositivo y positivo. Evidentemente, no hay contradicción en ello: la sociedad mejora porque el cultivo de la piedad filial y el amor fraternal neutraliza lo malo y fomenta lo bueno.

Cuando he traducido la conducta como “comprometida” he querido dar a entender que la persona se toma las cosas en serio y es diligente en relación a los asuntos que le son confiados: es por ello que se le puede considerar como digna de confianza. He optado por favorecer la expresión “irradiar” donde otros traductores han preferido “desbordar”. Considero que hay una distinción sutil en ello que debe señalarse. Ese “desborde” puede ser entendido como un sentimentalismo estéril, autocontenido, como una invitación a la mera compasión (padecer con) Aquí más bien es una invitación a la “conacción”: a que al hacer con los otros –en los trabajos cotidianos- nuestras acciones deben revelar ese amor que sentimos hacia ellos. Asimismo, Confucio les advierte a los jóvenes para que se cuiden de las malas compañías por obvias razones. Eso me ha recordado el caso de un matemático que descubrió un modo de sacarle la vuelta a los casinos de Las Vegas. El señor es contactado por un grupo de mafiosos y termina involucrando a sus hijos en un ambiente donde la droga y la prostitución estaban a la orden del día. Él y sus hijos eran gente bastante “sana”, pero era evidente que esa cercanía empezaba a desorientar a sus hijos. Afortunadamente, se retiró a tiempo, pero no siempre se obtiene un final feliz de esta mezcla. Por ello, debemos cuidarnos de evitar quedar enredados en las trampas que mantienen cautivos a quienes queremos ayudar. Si no me equivoco, eso es algo que también aprenden –o deben aprender- los psicoterapeutas para no crear un vínculo de dependencia entre sus pacientes y ellos. Y así como el que quiere ayudar se apega a los más virtuosos, si la otra persona realmente desea ayudarse a sí misma, esta se apegará a quien le extiende una mano y se formará una cadena hacia la virtud: nada de esa clase de “secuestros” por motivos “espirituales” que se justifican “por el bien del otro” y que lamentablemente aun se siguen dando en nuestros días.

Finalmente, se remata el comentario con una invitación al estudio. Mientras América Latina se hunde económicamente y en otros aspectos a vista y paciencia de nuestros gobernantes, China progresa a pasos agigantados. No es que las condiciones laborales sean mejores en China: suelen ser tan malas o peores que las que imperan en este lado del charco. Sin embargo, los padres de todas las clases sociales ahorran lo máximo posible de sus muchas veces magros salarios y lo destinan a la educación de sus hijos. En muchos casos, los niños estudian de una manera que a mí mismo me parece algo excesiva. Por ejemplo, veía en un documental de la DW que después del colegio los padres de clase media llevaban a sus hijos menores (unos niñitos) a que continuaran estudiando idiomas y estos al volver a casa se empeñaban arduamente en mejorar sus calificaciones. Cuando comparo esa situación y veo en el Perú que muchos jóvenes de clase baja son capturados por el pandillaje, que muchos jóvenes de clase media están más empeñados en matar el tiempo en el MSN que en aprender y que muchos jóvenes de clase alta que han nacido en cuna de oro no aspiran a otra cosa más que a ser unos parásitos rentistas y unos calabacitos hedonistas; cuando hago el contraste, mi corazón se compunge porque no se puede cosechar lo que no se ha sembrado y, pero aun, porque cosecharemos con toda certeza toda esa miseria –no solo económica, sino sobre todo humana- que fomentamos.

El confucianismo favorece el que los pueblos que se orientan por sus principios salgan del subdesarrollo no merced a la gracia sobrenatural de dios alguno –en caso contrario sería mejor para los latinoamericanos dejar de ser cristianos de una buena vez después de tantos siglos de postración históricamente documentada-, sino en base a una fórmula que ha sido probada y comprobada con éxito rotundo por todas aquellas colectividades que la han puesto en práctica -como en el caso de los judíos y los japoneses, por citar dos-: dedicar una porción considerable del tiempo y de los ahorros en la educación de los hijos. No hay necesidad de reinventar la pólvora ni necesidad de usarla para añadir al subdesarrollo un baño de sangre. Pero mientras el imaginario de nuestra juventud siga siendo cautivo del consumismo –satisfacción inmediata sin disposición al sacrificio- veo muy difícil que nuestra región no quede rezagada en la competencia mundial que libran todos los países que integran (o aspiran a integrar) la economía del conocimiento.

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