domingo, 23 de noviembre de 2008

Glosa a las Analectas de Confucio (1.4)


El Maestro Zeng dijo: “Cada día me examino tres veces. Cuando actúo en nombre de otros, ¿he sido digno de confianza? En mi relación con mis amigos, ¿he sido sincero y leal? ¿He dominado y llevado a la práctica lo que se me ha enseñado?”

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GLOSA

En lo que va de este proyecto, esta ha sido la sentencia de las Analectas que más me ha costado formular por sus sutilezas y quisiera aprovechar la ocasión para aclarar cuáles han sido mis criterios a la hora de verter al español los textos que estamos discutiendo: siempre he preferido que la traducción que les ofrezco privilegie el sentido más amplio por sobre el más restringido y cuando lo he considerado necesario, si una sola palabra no abarca todo el campo semántico implícito en la sentencia, me he tomado la libertad de refrasear el término usando dos palabras como se verá a continuación. Por supuesto que no hay nada que reemplace a la lectura del original, pero qué le vamos a hacer: que Confucio, donde quiera que esté, se apiade de mis escasas dotes literarias.

Bueno, volviendo al tema, el Maestro Zeng nos comenta que él se examina a sí mismo tres veces al día y que en cada ocasión su autoexamen abarca tres cuestiones. Sobre la primera de ellas cabría señalar que hay traducciones alternativas que la formulan en el sentido de hacer negocios para otros. Pero como el término “negocio” está asociado a actividades de tipo mercantil con exclusión de las que son de otro tipo, he preferido la traducción más amplia. Lo cual no considero que contradiga el sentido original de la palabra negocio ya que esta se refería a todo aquello que para los griegos no formaba parte del tiempo dedicado al ocio. Con esto quiero decir que en el caso que nos atañe había un interés real por parte de la persona que encomendaba la diligencia acerca de los resultados obtenidos por quien efectuaba la gestión en su nombre. Como se suele decir entre nosotros, se trataba de un asunto “serio”. Esto, por supuesto, abarca temas muy dispares y que no están necesariamente vinculados a lo estrictamente mercantil aunque todo lo que no sea ocio –y, en nuestra situación de pobladores urbanos, tal vez hasta la vida entera- esté matizado por consideraciones de esa naturaleza. Si echamos mano de un ejemplo tomado al azar podríamos decir que este cuestionamiento también resulta pertinente para una persona de mando medio que comunica a sus subordinados las órdenes que ha recibido de sus superiores, sea en el ejército o en una empresa, o en el caso de los embajadores que representan a nuestro país en el extranjero y, ¡cómo no!, al hacer negocios que otro nos han encomendado efectuar en representación suya.

Acerca de la segunda cuestión, muchos traductores han optado por hablar en ese caso de “sinceridad” aunque conozco por lo menos una versión en inglés que emplea el adjetivo “faithful” (leal) En mi caso, he optado por emplear ambos adjetivos en lugar de una sola palabra. ¿Por qué? Por un matiz que veo en la frase. La sinceridad se refiere a un estado subjetivo que no necesariamente asegura que se obtendrá el resultado que se espera. Por ejemplo, si alguien me pidiese un favor yo le puedo contestar en ese mismo instante con toda sinceridad que lo haré. Pero si después me olvido del asunto o no se me da la gana de cumplir mi palabra o al primer obstáculo me echo para atrás y al final no cumplo con lo que había prometido no consideraría que me he comportado como un buen amigo; es decir, no habría sido una persona leal con mi amigo. Eso se debe a que todos esperamos que nuestros sus amigos estén “comprometidos” con nosotros. ¿No se dice que hay que amar a nuestro prójimo como a uno mismo? Con mucha más razón con los amigos. Es decir, no basta solo con la sinceridad del corazón, sino que también se espera que eso se refleje en los hechos. A eso es a lo que me refiero cuando hablo de “lealtad”. ¿Hay que ser sincero de corazón? Sí, pero también hay que ser leal en los hechos. Y yo considero que, dado que el confucianismo es una filosofía eminentemente práctica, era hacia eso a lo que estaba apuntando el Maestro Zeng.

Finalmente, sobre la tercera cuestión, es pertinente señalar que aunque esta se refiere al tema del aprendizaje no lo hace en el sentido occidental clásico que viene de Grecia. Por ejemplo, la idea de la actividad filosófica esencialmente como un ejercicio de reflexión. Todos conocemos la obsesión griega por la teoría y cómo al final los menos sutiles pero más prácticos romanos los terminaron conquistando para que posteriormente la Grecia cautiva devuelva la estocada conquistando intelectualmente a sus conquistadores. Todo esto nos muestra la tensión que existe en Occidente entre teoría y praxis (algo que, por ejemplo, trató de superar el marxismo con relativo éxito) y que ahora parece repetirse en la relación transatlántica Europa-Estados Unidos, pero que resulta ser un tanto ajena a la forma tradicional de entender las cosas en Oriente. Esa es la razón por la que he optado por traducir la noción china de “aprender” valiéndome de expresiones como “dominar” (la teoría) y “poner en práctica” (es decir, aplicar lo aprendido, lo que se supone que uno tiene que haber entendido previamente a cabalidad antes de intentar ejercitarse en ello): para compensar de algún modo el sesgo griego de mis lectores occidentales y que estos no crean que se trata de memorizar las Analectas de Confucio de manera similar a como se enseña a los niños en las madrasas islámicas a recitar de memoria el Corán.

Una breve nota final: el Maestro Zeng se cuestionaba tres veces al día y cada vez que lo hacía se examinaba sobre las tres cuestiones mencionadas líneas arriba. En traducciones alternativas se reformula la frase haciendo que el Mestro Zeng diga que cada vez que se examinaba su autoexamen se limitaba a una sola de las cuestiones hasta revisar las tres en el transcurso del día. Creo que la traducción que ofrezco aquí le será más beneficiosa a mi azaroso lector por cuanto creo que se apega con más fidelidad al espíritu del texto.

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