domingo, 30 de noviembre de 2008

Glosa a las Analectas de Confucio (1.5)


Confucio dijo: “Para gobernar un Estado de mediano poderío, hay que saber despachar sus asuntos con la debida atención guiándose por el decoro y actuando de buena fe; ser frugal en los gastos y amar a todos; y abstenerse de movilizar al pueblo más que en los momentos apropiados”.

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GLOSA

En esta oportunidad me gustaría detenerme en el análisis de la última frase de Confucio que habla de “abstenerse de movilizar al pueblo más que en los momentos apropiados”. Desde mi punto de vista, los occidentales son por regla general sumamente platónicos y dan por sentado que la naturaleza –incluyendo la humana- es ilimitadamente maleable y puede adecuarse incondicionalmente a la forma ideal que supuestamente le corresponde. Bastaría para llevar a buen término ese cometido con que se ejerza suficiente fuerza –y muchas veces no solo de voluntad…- sobre ella. Al menos así lo siento yo.

En una glosa anterior ya les he comentado sobre el Logos desencarnado de los griegos que vaga a lo largo y ancho de la filosofía occidental cual alma en pena. Si a esto le sumamos una religión como el cristianismo que ha martillado en la mente occidental la invitación a vivir para un “otro mundo” puramente espiritual en donde los santos se regodearán en la contemplación de un Dios igualmente puro espíritu, no es difícil hallar una justificación –o muchas- para esta impresión mía. Para rematar el asunto, en la época en que el cristianismo se iba apoderando de Roma seguía siendo muy popular la filosofía estoica de la cual la nueva religión absorbería no pocos elementos teóricos. Mientras que el Nuevo Testamento invitaba a los cristianos a optar por el celibato –o el matrimonio (ese mal menor…) si no podían contenerse las ganas de tener sexo-, los Santos Padres de la antigüedad sumaron a la entonces incipiente teología cristiana tanto la grosería platónica del alma atrapada en la cárcel del cuerpo como la estoica de la necesidad de controlar el cuerpo con extremísima disciplina para someter las pasiones. Y que se haga en la tierra como en el cielo…

El marxismo –esa herejía cristiana-, por su parte, repitió el mismo plato y en los países en que llegó a aplicarse el socialismo real reveló a las naciones que aun no habían sido tocadas por el cristianismo los horrores del idealismo occidental; y a las que sí lo habían sido, les hizo revivir sus maravillosas experiencias pasadas en el universo alternativo de las utopías hechas realidad. Los chinos también han caído víctimas de los embrujos de Occidente en la forma de un comunismo reformulado como maoísmo. Pero no debemos olvidar que el comunismo -en su encarnación maoísta o en la que sea- nunca ha sido la doctrina hegemónica entre los chinos pues es incompatible con el carácter pragmático, mundano o “terrenal” de este gran pueblo. Solamente lo fue –y lo sigue siendo- para una minúscula élite occidentalizada que estaba tan alienada de su realidad que no tuvo mejor idea durante la desastrosa Revolución Cultural –un completo oxímoron- que tumbarse la Muralla China, el máximo símbolo arquitectónico del país, una de las nuevas maravillas del mundo. Hoy en día los propios chinos admiten que todo eso fue un grave error. Pero aun hay muchos que no escarmientan en cabeza ajena y siguen soñando con aplicar las mismas recetas fracasadas en los países de nuestra América…

El énfasis de Confucio se orientaba a que no se interrumpieran las tareas estacionales que demandaba la agricultura a causa de las levas en momentos inoportunos. Si esto ocurría, solo podía esperarse la catástrofe en un país que era mayoritariamente rural y campesino como China. La acción humana no puede pretenderse irrestricta sin caer en el voluntarismo barato que para todo tiene una salida “facilita nomás” y nos lleva a la hecatombe ecológica o bélica o al genocidio hacia adentro como la que descubrieron los infortunados habitantes-prisioneros de los paradisíacos estados policiales del siglo XX. Si el papel lo aguanta todo, la mente humana aguanta más; no así la naturaleza humana. No digo con esto que las cosas no puedan “mejorarse”; es decir, que se parezcan más a los que nosotros concibamos como ideal. Lo que digo es que es un error el objetivizar los ideales y presuponerlos como “naturales”, como que existen en un lugar fuera de nuestra propia mente y presuponer que la naturaleza del mundo siempre puede hacerse encajar en ellos. En todos los casos, eso no deja de ser un presupuesto que debe de ser probado oportunamente. No hacerlo -o no hacerlo sinceramente- es caer en el idealismo monstruoso que justifica todas sus brutalidades y excesos en nombre de un nebuloso y abstracto “mundo mejor”.

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